NO TOQUES A MI PUTA.
DOSSIER
SELMA JAMES · LLUÍS RABELL
LAS TRABAJADORAS SEXUALES NECESITAN APOYO, PERO NO EL DE LA BRIGADA DE “NO TOQUES A
MI PUTA”
Las prostitutas necesitan mejores
aliados que los hombres franceses centrados en sus propias libertades sexuales
– pero, demasiado a menudo, las feministas sólo hacen sus vidas más difíciles
Los 343
hombres intelectuales franceses que
firmaron una declaración —“No toques a mi puta” (1) — defendiendo su derecho a
comprar servicios sexuales han enfurecido a las mujeres y causado una amplia
controversia. No solo dicen en su declaración lo que piensan de las
trabajadoras sexuales, sino también lo que piensan de las mujeres en general, y
en particular lo que creen que pueden conseguir diciéndolo públicamente en este
momento.
Acabo de firmar un comunicado feminista
que se opone a la intención de penalizar a los clientes en Francia. La ley
propuesta impondría una multa de 1.500 libras a los que pagaren por sexo, el
doble en caso de reincidencia. Mi motivo para oponerme es totalmente diferente
al de los hombres: no a la libertad sexual de los hombres sino la posibilidad
para las mujeres de ganarse la vida sin ser criminalizadas y privadas de
seguridad y protección.
Empujadas aún más a la clandestinidad,
las mujeres estarían a merced tanto de aquellos clientes que son violentos como
de aquellos policías que son sexistas, racistas y corruptos y nada les gusta
más que perseguir y abusar de las “malas mujeres”. Pero esto es la consecuencia
inevitable de tales leyes. Las trabajadoras sexuales son las primeras en sufrir
a consecuencia de cualquier propuesta que haga más difícil, y por tanto más
peligroso, contactar con los clientes.
El hecho es que las trabajadoras
sexuales no han conseguido contar con el apoyo de prominentes feministas a su
larga lucha por la despenalización. En cambio, las feministas del sistema han
encabezado los intentos de los gobiernos por hacer más difícil el trabajo de
las mujeres. Su objetivo declarado es abolir la prostitución, no abolir la
pobreza de las mujeres.
Es esta una vieja historia y es doloroso
que ahora se vea realzada con retórica feminista: disimulando su contenido
antimujer al proponer la penalización de los hombres.
La necesidad de trabajar en la
prostitución está en plena expansión con los recortes que han golpeado con la
máxima dureza a las mujeres. Cuando la Ley de reforma del Estado de bienestar y la Ley
de policía y crimen fueron
llevadas al Parlamento en 2009, pedimos a las diputadas feministas que
se opusieran a ellas, en base a que muchas madres solteras que habían logrado
subsidios para “progresar hacia el trabajo” progresarían hacia la esquina de
la calle como única opción disponible. No obtuvimos respuesta.
Una consecuencia de la falta de voces de
feministas influyentes y poderosas en defensa del derecho de las mujeres a
trabajar y a hacerlo de forma segura es que el terreno queda a disposición de
los hombres. Los hombres, en los habituales términos de autor referencia, defienden
sus propios derechos como clientes, no los derechos de las mujeres como
trabajadoras. Sin embargo, ya era hora de que los hombres admitieran ser
clientes (intelectuales, en este caso). Pero la próxima vez deberían consultar
primero con las trabajadoras a las que dicen apoyar lo que se propongan decir.
Fue en Francia en 1975, justo después de
la famosa huelga de prostitutas que inició el moderno movimiento de
trabajadoras sexuales en occidente: las mujeres habían ocupado iglesias,
primero en Lyon y después por toda Francia, para protestar de que la policía
las detuviera y multara mientras a la vez no hacía nada por acabar con los
asesinatos y las violaciones. Constituyeron el Colectivo Francés de Prostitutas
y proclamaron: “Nuestros hijos no quieren ver a sus madres en la cárcel”. Sus
acciones inspiraron a las trabajadoras sexuales de aquí para formar el Colectivo
Inglés de Prostitutas.
Yo fui la primera portavoz: ninguna de
las mujeres podía darse a conocer entonces, así que pidieron a esta respetable
ama de casa, casada y activista feminista, hablar por ellas. Me alegré de
aprender de las hermanas censuradas y ser dirigida por ellas.
El primer comunicado fue A
favor de las prostitutas, contra la prostitución, ya que tantas de las que estaban en el movimiento de
liberación de las mujeres eran hostiles a las trabajadoras sexuales y parecían
confundir el trabajo con la trabajadora —muy parecido a como el ama de casa era
confundida con el trabajo en la casa. Seguimos repitiendo (en ambos
casos): ¡nosotras no somos nuestro trabajo!
Casi 40 años después, las trabajadoras
sexuales todavían tienen que hacer frente a las persecuciones y los
procesamientos a lo largo y ancho del mundo. El intento francés de penalizar a
los clientes sigue el “modelo
sueco”, que inspiró también la Ley de Policía y Crimen del
Reino Unido (2009). La oposición encabezada por el Colectivo Inglés de
Prostitutas consiguió limitar la penalización de los clientes a aquellos que se
estimara que “habían tenido sexo con una prostituta forzada o coaccionada”.
Pero las redadas y detenciones de trabajadoras sexuales han ido en aumento,
igual que la violencia contra las mujeres.
Una mujer de 24 años fue asesinada
el lunes por la noche en Ilford. Su trágica
muerte se produce a raíz de la Operación
Clearlight, un importante operativo policial
contra la prostitución callejera. Más de 200 mujeres han recibido
“amonestaciones de prostituta” (en las que, al contrario que las amonestaciones policiales estándar, no hay requisitoria para
admitir la culpa y no hay derecho de apelación) en el último año y muchas han
sido detenidas por merodeo y captación de clientes y/o por infringir órdenes de
conducta antisocial. La mujer asesinada era rumana. A su elección puede haber
contribuído un aumento del racismo contra los rumanos en particular, alimentado
por la caza de brujas contra los inmigrantes del gobierno. Otra rumana comentó:
“Cuando la policía entró en el piso en el que trabajo, fueron groseros e
intimidantes, insultándome y acusándome de ser una mendiga y una criminal.
Intentaron deportarme, a pesar de que tengo el derecho a permanecer en el Reino
Unido. Dicen que están salvando víctimas de trata, pero van a por mujeres
inmigrantes como yo. ¿Cómo vamos a denunciar amenazas y agresiones si tenemos
miedo de ser detenidas o deportadas?
Las trabajadoras sexuales francesas
deben tener la última palabra. Morgane Merteuil, secretaria general de STRASS
(Sindicato de Trabajo Sexual), que hace campaña por la despenalización, dijo a
los hombres que pretendían estar defendiéndolas: “No somos las putas de nadie,
y menos las vuestras… si luchamos por nuestros derechos es principalmente para
tener más poder frente a vosotros, así
que nosotras dictamos nuestras condiciones…”
SELMA JAMES ES UNA VETERANA ACTIVISTA SOCIALISTA Y FEMINISTA
NACIDA EN BROOKLYN, NUEVA YORK. ES CO- AUTORA, JUNTO A MARIAROSA DALLA COSTA,
DE LA OBRA CLÁSICA
SOBRE TRABAJO DOMÉSTICO, POWER OF WOMEN AND THE SUBVERSION OF THE
COMMUNITY, APARECIDA EN 1972, IMPULSORA DE LA CAMPAÑA INTERNACIONAL
POR LA REMUNERACIÓN
DEL TRABAJO DOMÉSTICO Y COORDINADORA DE LA HUELGA MUNDIAL DE
MUJERES.
PROSTITUCIÓN: COSA DE HOMBRES
El llamado “Manifiesto de los 343
cabrones”, enarbolando la consigna de “no toquéis a mi puta”, ha causado no
poco revuelo en Francia. El texto, que tiene la altura intelectual de un
exabrupto tabernario, no merecería mayor atención… si no fuera porque, aunque
involuntariamente, arroja cierta luz sobre el debate social acerca de la
prostitución. Un debate que, la mayoría de las veces, se nos presenta bajo un
enfoque equivocado.
El bodrio en cuestión tiene el mérito de
probar que la prostitución es cosa de hombres. Ni “el oficio más viejo del mundo”, ni
el “trabajo sexual” revelado por la postmodernidad, ni “una estrategia de
mujer”. Históricamente – y más que nunca en la era del capitalismo globalizado
–, la prostitución ha sido y es, esencialmente, un comercio entre hombres.
La prostitución no es algo que hagan o
ejerzan las mujeres, sino aquello que hacen los hombres con ellas cuando,
deshumanizadas, objetivadas o transformadas en mercancía, acceden a sus cuerpos
mediante dinero. El lenguaje ordinario nos engaña.
Las mujeres no “se prostituyen”, son
prostituidas. La prostitución funciona sobre un continuum de violencias en que
unos hombres condicionan a un cierto número de mujeres para ponerlas a
disposición de otros hombres.
Pero, a cada paso, una legión de
defensores de la prostitución, muchas veces financiados por las poderosas
industrias del sexo, invoca una compleja casuística – e incluso “el derecho de
las mujeres a disponer de su propio cuerpo” – para difuminar el papel
determinante de los hombres. Sin cesar, somos conminados a distinguir entre una
prostitución “forzada” y otra “libre”.
La primera, reprobable, nos dicen,
constituiría un epifenómeno, una desgracia que se da en los márgenes de un
legítimo intercambio mercantil – y a la que la policía, persiguiendo la trata,
ya se encargará de poner coto -.
Los 343 “cabrones”, que abundan por
supuesto en esa distinción, nos devuelven sin embargo a la realidad.
Curiosamente, a esa “libertad de prostituirse” se acogen, en su abrumadora
mayoría, mujeres. Y son pobres, proceden de regiones y países económicamente
deprimidos, pertenecen a minorías étnicas o a pueblos colonizados, entraron en
el mundo de la prostitución a muy temprana edad, abundan los casos de abusos en
la infancia y son frecuentes las situaciones de alcoholemia y las
drogodependencias. En tales condiciones, la evocación de la “libertad” es un
contrasentido y sólo pretende evacuar la opresión de género, social y racial
que conlleva la prostitución. Pues bien, nuestros “cabrones” certifican que, en
una sociedad con prostitución, no hay en realidad más libertad que la suya en
tanto que “hombres”.
El término, misógino por excelencia, con
que se regodean para referirse a las mujeres prostituidas – “puta”- constituye
algo más que un insulto o una grosería: significa la atribución de una
identidad. En la fantasía machista, la “puta” es un ser lascivo, en cierto modo
subhumano, tan deseable sexualmente como profundamente despreciable. Pero, si
se admite la institución de la prostitución, la “puta” es la mujer por
antonomasia. Desde esa óptica, sólo una cosa distingue a la mujeres
prostituidas de las demás: las primeras tienen un precio; en cuanto a las
otras, aún no ha sido fijado. De hecho, la prostitución constituye la piedra
angular de la construcción de la identidad masculina bajo los parámetros de la
dominación patriarcal – decisivo descubrimiento que el feminismo ha aportado al
pensamiento crítico -.
Los “cabrones” así nos lo dicen cuando
reivindican a “sus putas” independientemente del hecho que acudan a ellas o no.
No es una cuestión de sexo propiamente dicha, sino de dominación. La existencia
de una reserva de mujeres a disposición del capricho de los hombres rubrica su
preeminencia en la sociedad – por mucho que ésta adhiera a proclamas o
políticas de igualdad -. Y el hecho de que tal privilegio beneficie a todos los
varones simplemente por serlo, contribuye poderosamente a cimentar una bárbara
solidaridad viril.
La prostitución plantea el debate sobre
la sociedad que tenemos y las relaciones humanas a que aspiramos. Cuando, al
término de la cruenta guerra civil americana, fue abolida la esclavitud, la
libertad de la población negra de los estados sureños se fundamentó en la
prohibición de que ningún ciudadano americano pudiese comprar o vender a otro
ser humano.
Ya va siendo hora de que abordemos la
cuestión de la prostitución como un urgente desafío civilizatorio. Va en ello
el destino de millones de mujeres y niñas, violentadas y traficadas en todo el
mundo, justamente porque los “cabrones” de todos los países siguen detentando
un privilegio ancestral. Va en ello el destino de la propia democracia, que no
puede ser tal sobre la base de semejante desigualdad estructural entre hombres
y mujeres. Va en ello la emancipación de las mujeres y una nueva identidad de
los hombres, forjada en el respeto y la empatía, y no en la brutalidad, siempre
latente, de un poder de derecho divino.
Tiene razón el abolicionismo feminista
al proclamar que no existen “putas”, sino mujeres en situación de prostitución.
Mujeres a quienes, lejos de estigmatizar o recluir en ese universo, es
imperativo restituir su dignidad y su condición de ciudadanas. Un crimen es un
crimen aunque la víctima, presuntamente, consienta en ello. Hay que educar y
prevenir. Hay que combatir las causas de la prostitución y los entornos que la
favorecen, perseguir la explotación y desenmascarar a las industrias del sexo.
Pero también habrá que acabar, por la convicción o por la fuerza sancionadora
de la ley, con la arrogancia de los “cabrones”. La prostitución no es un
derecho del hombre. Una sociedad democrática, por el contrario, debe proclamar
y hacer efectivo el derecho de las personas a no ser prostituidas.
LLUÍS RABELL ES EL PRESIDENTE DE LA FEDERACIÓN DE
ASOCIACIONES DE VECINAS Y VECINOS DE BARCELONA (FAVB).
No hay comentarios:
Publicar un comentario