martes, 17 de diciembre de 2013

NAVEGACIONES-17-12-13


(Dossier)

La cuestión alrededor de cuál debía ser finalmente el lugar donde Mandela debía ser sepultado, se resolvió en junio, meses antes del 5 de diciembre de 2013, fecha de su fallecimiento. El asunto fue determinado por una orden de la corte que indicaba la exhumación y el internamiento de los cuerpos de los tres hijos que murieron antes que él. De acuerdo con la tradición y respetando los deseos de Mandela, él debía ser enterrado junto a sus hijos. Los niños fueron enterrados inicialmente en la casa rural familiar de Mandela en Qunu. Mandla Mandela, el nieto autoproclamado heredero de Mandela, los trasladó un día en medio de la noche para re-enterrarlos en su casa de campo en Mveso. Los huesos de los niños fueron devueltos a Qunu, donde restan actualmente.


Algunos han sugerido que Mandla sólo deseaba proteger los huesos de su abuelo de cualquier persona con malas intenciones, y de los usos que algunos les podrían llegar a dar con fines mágicos; otros, argumentando de un modo más cínico sobre sus objetivos reales, han visto las finalidades lucrativas que se esconden en ambos lados de la familia al convertir la tumba de Mandela en una atracción turística. Mientras sus descendientes se peleaban sobre el futuro de los huesos de Mandela cuando este muriera, el propio Mandela yacía en un hospital en un estado de animación suspendida, probablemente en coma y mantenido en vida de manera artificial. Ahora que ha fallecido realmente, una sensación de malestar se mantiene al pensar en dónde y cómo la memoria del 'Tata', el padre de la Patria, descansará y lo que significará para las generaciones futuras.


La muerte en vida de los últimos meses de Mandela es un reflejo de un legado que nace ya muerto y que viene precedido por el colapso de su salud y el posterior vencimiento de su vida a lo largo de veinte años. La post-presidencia de Mandela vio el surgimiento de una descomunal caricatura de él mismo que iba más allá de la vida real. Una caricatura que, de un modo u otro, se las ha apañado para mostrar una imagen menor y distorsionada tanto a nivel de compromiso revolucionario y político, como en mostrar una apolítica, a veces comercial, valorización de los fracasos de una larga transición hacia una democracia que nunca llegaba a ser liberadora.


Los lectores en los Estados Unidos estarán familiarizados con el fenómeno de un gran héroe a favor de los derechos humanos, que lucha contra la segregación racial y el apartheid, que se acaba convirtiendo en un poderoso símbolo para los portavoces de la derecha en lo que antropológicamente se conoce como "racismo daltónico". El Día de Martin Luther King, no solamente no fue marcado como fiesta nacional hasta el año 2000, sino que se celebra a día de hoy conjuntamente con el Día de los Héroes Confederados en Texas. Celebrar el Día de Martin Luther King se convierte así, en una oportunidad anual para los conservadores entendidos/expertos para cargar contra la discriminación positiva y las medidas positivas usando "el contenido del carácter" de King en la línea del discurso de "I Have a Dream", una línea que se ha vuelto omnipresente.


Menos recordado es el hecho de que King fue martirizado mientras apoyaba la huelga de los recolectores de basura de Memphis, sus contundentes afirmaciones al considerar los Estados Unidos como el "máximo generador de violencia" del mundo actualmente, su ferviente oposición a la guerra de Vietnam, o de su sueño incumplido para recaudar apoyo en su "Campaña de la Gente Pobre". Indudablemente, King hubiera estado en contra de los usos y abusos que se han hecho de su legado, y si todavía viviera, estaría llamando la atención sobre los antagonismos continuos y asimétricos de la vida estadounidense, que van desde la guerra de los drones hasta las cada vez más radicales y crecientes disparidades en la riqueza, pasando por la discriminación en las viviendas y por la increíble y masiva desigualdad en lo que a los ingresos se refiere. En cambio, los malos usos del legado de King, sirven como distracción y excusa para todo lo que quedó sin resolverse tras su muerte.


De un modo trágico, podemos afirmar que Nelson Mandela ha ejercido un rol similar a nivel simbólico en las políticas Sudafricanas -y del mundo entero- estando todavía vivo, y que quizás, se ha cultivado una imagen que seguirá funcionando de este modo. Mandela es universalmente amado en una nación, y en un mundo profundamente segregado por culpa del racismo. Como en el caso del 'Día Martin Luther King'/'Día de los Héroes Confederados' en Texas, a Mandela se lo celebra conjuntamente en dos formas totalmente irreconciliables. Por un lado, para la mayoría de los pobres racialmente marginados de Sudáfrica, Mandela debe ser recordado como un hombre que luchó por la libertad, fundando el Umkhonto we Sizwe, el brazo armado del Congreso Nacional Africano (ANC), y que sacrificó 27 años de su vida cumpliendo condena en la prisión de Robben Island. Se lo adora por su salida de las puertas de prisión simbolizando individualmente las posibilidades de liberación nacionales, y por su único mandato, democráticamente elegido por primera vez, como primer presidente de una nueva "Rainbow Nation".


Pero por otro lado, para muchos de los blancos sudafricanos y para la élite mundial en general, Nelson Mandela es un símbolo vacío de unas todavía más vacías política de armonía racial - y, a fin de mantener esta construcción del significado de Mandela, los hechos de su vida son torcidos con frecuencia. Aunque siendo uno de los muchos que se sacrificaron por una lucha definida por la noción de Ubuntu (humanidad colectiva), la historia de Mandela se ha contado desde un prisma individualista principalmente. Su ascenso de niño vaquero en el Transkei a destacada figura a nivel global, se ha transformado en un cuento con un atractivo más especial para los oradores que buscan una motivación en busca de la utilidad que para las generaciones de luchadores por la libertad del futuro. Esto ha sucedido, sobretodo, porqué así es como Mandela articuló su discurso en su propia autobiografía 'Long Walk To Freedom', pero la distorsión ha acabado tomando vida propia. Teniendo a Mandela dentro de la lista de vigilancia de terrorista elaborada por el gobierno de los Estados Unidos hasta el año 2008, el tema de la violencia política en la historia de Mandela ha sido tan obviada y olvidada hasta el punto de que, cuando Mandela murió, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu habló de Mandela como "un hombre de visión, un luchador por la libertad que rechaza a todas voces la violencia", ignorando de manera grandiosa los paralelismos evidentes que existen entre el apartheid sudafricano y la ocupación de Israel sobre Palestina.


Tanto el papel histórico de Mandela en la transición de Sudáfrica hacia la democracia, como su propia gestión de su legado, han allanado el terreno para que se hagan tratamientos vacuos de su vida. A pesar del vacío que se ha hecho sobre sus tres décadas en prisión, y de las afirmaciones que se hacen constantemente sobre la grandeza de su carácter personal, no son ni sus habilidades retóricas, ni su perspicacia política los elementos por los que ha sido recordado. Si fuera así, el eterno presidente de Zimbawue Robert Mugabe, que también pasó sus años en prisión como preso político y cautivó al público internacional a principios de los años ochenta, sería visto como un icono global y no como el paria internacional que es considerado en la actualidad.


En cambio, el aspecto importante del legado de Mandela es el que tiene que ver con su vena de negociador y con el de ser el símbolo viviente de la Reconciliación. Mandela es un símbolo de la unidad en un país donde la unidad se mantiene casi totalmente inexistente. Su muerte cambiará bien poco acerca de este papel simbólico, excepto tal vez para aumentar las posibilidades de fabricación de un relato de Mandela que sea cada vez más útil para la élite gobernante. La imagen canónica del amante de la paz y unificador de la nación que es Mandela, es representada y recordada dentro de la memoria colectiva gracias al momento en que Mandela aceptó el premio Nobel de la Paz de las manos del ejecutivo del apartheid F.W. DeKlerk; para Hoolywood, en cambio, es el momento en que Mandela se puso un Jersey de Springbok y se acercó a la mayoría de racistas aficionados blancos del equipo de rugby de la nación, lo que quedará grabado en sus retinas gracias a la película Invictus.


La grandeza de estos momentos de reconciliación sigue siendo cuestionada por un número considerable de los camaradas de lucha del movimiento anti-apartheid de la generación de Mandela, y por una gran cantidad de miembros más jóvenes de la Born Free Generation que quedan excluidos económica y socialmente por su marginalidad. Su crítica ex mujer, Winnie Mandela, ha visto el momento en que recibió el premio de la Paz como una de las mayores traiciones. En las representaciones populares de este compromiso histórico, a menudo no se explicita que la única apuesta de Mandela era el poder social y económico de un movimiento masivo de gente nacido de las huelgas en Durban en 1973, el auge estudiantil tres años más tarde, y el consecuente ascenso del Black Consciousness Movement (Movimiento de Conciencia Negra) de Steve Biko. Como tampoco se ha revelado hasta hace poco que las negociaciones fueron un asunto oculto y secreto, incluso para los miembros líderes de la ANC y el Umkhonto We Sizwe.


El acuerdo que se negoció en nombre de muchos otros que sufrieron y se sacrificaron era esencialmente el siguiente: a cambio de 'una persona, un voto', tanto la riqueza acumulada de los gobernantes del apartheid de Sudáfrica como la de los inversores globales se mantendría intacta, al igual que las normas y las condiciones de acumulación futura. No redistribución, no a la reforma agraria, y en lugar de una revisión general del sistema capitalista, el gobierno del ANC, en coalición con el Partido Comunista Sudafricano (SACP) (una organización que ha reclamado a posteriori a Mandela como Miembro) y el Congreso de Sur Sindicatos africanos (COSATU) trataría de establecer una "revolución nacional democrática". Todo esto se decidió antes de que ningún sudafricano pusiera un pie dentro de una cabina de votación hasta 1994. Bajo los términos de este acuerdo fueron formadas y fundamentalmente limitadas las batallas posteriores sobre las políticas de vivienda, salud y economía de los presidentes Thabo Mbeki y Jacob Zuma.


Pero este pacto - y su hegemonía simbólica- bajo la forma de la ascensión de la imagen de Hollywood de Nelson Mandela como Morgan Freeman ha encontrado recientemente algunos baches en el camino. Mientras Mandela desapareció de la vida pública en agosto de 2012, la policía nacional se embarcó en la matanza premeditada de 34 mineros en huelga en Marikana. Durante el año en que Mandela estaba mantenido en vida de manera artificial y los buitres lo rodeaban en busca de las recompensas de sus huesos, el asesino de Marikana, Cyril Ramaphosa ha completado una trayectoria ascendente que va desde líder de la lucha de la Unión Nacional de Mineros (NUM), pasando por miembro directivo de la gigantesca minera Lonmin, hasta, en la actualidad, la Vicepresidencia de la ANC. Las consecuencias de la transición negociada de Mandela se han establecido como una pila de cuerpos desnudos al pie de una pequeña colina con balas, literalmente, en sus espaldas.


La conmoción de este momento transcendental en la historia de Sudáfrica sigue siendo poco clara. NUM, la viga de soporte central de COSATU, en sí la base popular de la alianza del gobierno, ha sido destituida como representante industrial de los mineros de Sudáfrica, que en los años transcurridos desde el fin del apartheid han pasado de vivir en los odiados albergues de los campos de mineros que parecían cárceles, a vivir en asentamientos informales, peligrosos y degradados alrededor de las minas. Es probable que el primer partido político con una oportunidad viable de desafiar el gobierno en tripartito haya aparecido, liderado por el antiguo líder de la Liga Joven de la ANC Julius Malema. Los luchadores por la libertad económica (EFF) de Malema, gozan de una gran aceptación juvenil enraizada en la petición de nacionalizar las minas.


El ingenio, humor y destreza política de Malema recuerdan el carisma del joven "black-and- white-news-reel" (el telediario en blanco y negro) Mandela, cuya sonrisa y retórica valiente inspiraron toda una generación. En aquel entonces, jóvenes luchadores por la libertad apuntaban no solamente por el voto y el final de los vestigios formales del colonialismo sobre el continente africano, sino que previeron una nación sudafricana que podría ser "para todo aquél que viviera en ella", un objetivo conservado en los derechos políticos y económicos enumerados en la Carta de Libertad, aunque por desgracia permanece incumplido. La juventud de hoy, todavía decepcionada, puede conformarse con algo menos en nombre de la esperanza.


Fiel al viejo dicho acerca de la tragedia y la farsa, y a pesar de su enunciada lealtad al legado de Thomas Sankara (parecido a un monje), Malema es quizás el heredero real de las tensiones del legado de Mandela. En lugar de disfrazar las contradicciones con un carácter complejo y una heroica evolución personal, las inconsistencias de Malema son simultáneas y transparentes para que todos las veamos. Su lealtad a la riqueza personal y su compromiso con los principios fundamentales de la acumulación capitalista son los accesorios que lleva en su manga mientras reclama democracia económica. Son accesorios que no parecen ir en detrimento de - y probablemente realzan - su atractivo populista a la generación joven y amargada por el exilio económico, que aún aspira a la parafernalia consumista del 'éxito'. Para ellos, tal vez, tal hipocresía abierta sea un paso adelante en el 'largo camino' de la libertad en un panorama político en el que el nuevo no-racismo se parece mucho más al viejo racismo, y donde los símbolos han sido substituidos por un cambio sustantivo.


KATE DOYLE GRIFFITHS-DINGANI ESTÁ DOCTORÁNDOSE EN ANTROPOLOGÍA EN EL CUNY GRADUATE CENTER Y ES MIEMBRO DE LAORGANIZACIÓN SOLIDARITY DE EE UU


Sin lugar a dudas, lo que estoy a punto de escribir va a hacerme impopular entre algunos lectores, aunque solo sea porque considerarán que lo que sigue sobre Nelson Mandela es una falta de respeto. No lo es.


Así que permítanme que empiece por reconocer el enorme logro de Mandela al ayudar a derrocar el Apartheid surafricano, y que quede claro mi enorme respeto por los grandes sacrificios personales que hizo, incluidos los muchos años que perdió encerrado a causa de la lucha por liberar a su gente. Estas son cosas imposibles de olvidar o de ignorar cuando se valora la vida de alguien.
Sin embargo, es importante pararse un momento ante este clamor general por su legado - sobre todo por parte de personas que nunca han mostrado ni una mínima parte de la integridad del líder africano- para considerar una lección que la mayoría de los observadores prefieren ignorar.


Tal vez, la mejor manera para llegar a dónde quiero ir es aludir a un mock memo escrito en 2001 por Arjan el-Fassed, de Nelson Mandela al columnista del The New York Times, Thomas Friedman. Es una maravillosa, humana denuncia de la hipocresía de Friedman, así como una petición de justicia para los palestinos que Mandela debería haber escrito.


Al cabo de poco tiempo, la memoria se difundió online, prácticamente arrancado de la fecha de cierre de el-Fassed. Muchas personas, incluyendo a unos cuantos periodistas profesionales, asumieron que había sido escrito por Mandela y lo publicaron como si así fuera. Parecía que querían creer que Mandela había escrito algo tan moralmente perspicaz como eso sobre otro sistema de Apartheid, uno que era prácticamente igual a aquel impuesto durante décadas sobre los negros surafricanos.


No obstante, la verdad es que no fue escrito por Mandela, y sus colaboradores incluso llegaron a amenazar al autor con tomar acciones legales.


Mandela pasó la mayoría de su vida adulta tratado como si fuera un "terrorista". Había que pagar un precio por su largo camino hacia la libertad, y por el final del sistema de división racial en Suráfrica. Mandela fue rehabilitado como un "venerable hombre de estado" a cambio de que Suráfrica fuera rápidamente transformada en un avanzadilla del neoliberalismo, dando prioridad a la clase de apartheid económico que ahora la mayoría de nosotros, en Occidente, estamos recibiendo en fuertes dosis.


Desde mi punto de vista, Mandela sufrió una tragedia doble en sus años tras la cárcel.


En primer lugar, se le reinventó como un icono de manos limpias, del tipo del que otros líderes pudieran apropiarse para legitimar sus propias demandas de integridad y superioridad moral, como los mascarones de proa del "occidente democrático". Así, después de que finalmente fuese admitido en el "club" occidental, el líder podía ser regularmente exhibido como prueba de las credenciales democráticas del club y de su sensibilidad ética.


En segundo lugar, y más trágico si cabe, el mismo estatus de icono se convirtió en una trampa que le obligaba a actuar como el "responsable" venerable hombre de estado, cuidadoso con lo que decía y con las causas con las que se comprometía. Se le obligó a convertirse en una especie de Lady Di, alguien a quien pudiéramos amar porque raramente decía nada que amenazase los intereses de la élite corporativa que dirige el planeta.


Es una señal de que Mandela tuvo que enfrentarse al hecho de que el hombre que había luchado tan duro y durante tanto tiempo contra el brutal régimen de apartheid estaba, ahora, absolutamente derrotado en el momento de llegar al poder en Suráfrica. Eso fue porque él ya no estaba luchando contra un régimen inmoral, sino contra el orden existente, un sistema corporativo global de poder al que resultaba imposible enfrentarse solo.


Es por esa razón, más que simplemente por llevar la contraria, que saco a colación estos fallos. Es más, no eran los fallos de Mandela, sino los nuestros; porque -y creo que Mandela se daba perfecta cuenta- uno no puede liderar una revolución cuando no tiene seguidores.


Hemos hecho la vista gorda durante demasiado tiempo al robo y al pillaje en nuestro planeta, así como a la erosión de nuestros derechos democráticos, prefiriendo abrir los ojos solo ante el lanzamiento del nuevo iPad o smartphone.
El derroche de pena de nuestros líderes por la pérdida de Mandela ha ayudado a alimentar nuestra ceguera. Nuestra voluntad de suspender la ira esta semana, de escuchar con respeto a aquellos líderes que obligaron a Mandela a pasar de ser un combatiente a un hombre respetable, nos mantiene dormidos. La próxima semana habrá otra razón para que no luchemos por nuestros derechos y por los derechos de nuestros nietos a una vida decente y a un planeta sostenible. Siempre habrá una razón para adorar a aquellos que no tienen ningún poder real, pero que están ahí para distraernos de lo que realmente importa.


Nadie, ni tan solo Mandela, puede cambiar las cosas solo. No hay mesías en camino, pero sí hay muchos falsos dioses diseñados para mantenernos a raya, divididos y débiles.


JONATHAN COOK ES UN RECONOCIDO Y PREMIADO PERIODISTA BRITÁNICO QUE VIVE EN NAZARETH, ISRAEL, DESDE EL 2002

MANDELA: LA REVOLUCIÓN INCOMPLETA


La muerte de Nelson Mandela es aprovechada por decenas de jefes de Estado para exhibirse como líderes y estadistas. El protocolo diplomático es desplegado en todo su esplendor, rodeando a mediocres y absurdos personajes de un manto protector que les hace verse como jefes y dirigentes respetados. La exaltación de la figura de Mandela como el prócer de la libertad les hace sentir más cerca de una legitimidad que no tienen. Pero un análisis más objetivo del legado de Mandela permite comprender por qué el homenaje a Mandela es tan explotado por las clases gobernantes de todo el mundo.


Mandela en efecto se convirtió en el símbolo de la lucha en contra del régimen racista de Pretoria durante décadas. Y lo que pudo lograr el partido del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) debe ser valorado y elogiado. Pero eso no debe impedir el análisis crítico de los alcances y limitaciones de su lucha.


Cuando se estableció la Unión de Sudáfrica en 1910 la segregación racial no era concebida como estrategia de organización nacional, pero la minoría blanca era la única que gozaba de todo tipo de libertades y la población negra estaba impedida de ocupar escaños en el parlamento. En 1913 una ley impidió a los negros en la mayor parte del territorio nacional comprar tierras fuera de áreas especialmente designadas para ellos. Otra ley en 1923 introdujo diversos mecanismos de segregación racial a nivel domiciliario y representó el antecedente más claro del apartheid. El régimen de apartheid se estableció formalmente en Sudáfrica en 1948, año en que el Partido Nacional Unificado ganó las elecciones con una plataforma de políticas de segregación racial. Por supuesto, la segregación se acompañó siempre de una fuerte discriminación económica y el acceso de la población negra a ciertas actividades económicas y a la propiedad de la tierra se mantuvo severamente regulada. La población negra no se mantuvo pasiva frente a la opresión. El ANC, fundado en 1923, se mantuvo en contacto con las clases trabajadoras y en su trabajo político la emancipación racial estaba íntimamente ligada a la liberación económica.


El apartheid se consolidó al finalizar la segunda guerra mundial y desde entonces fue un sistema de administración de la mano de obra en el capitalismo sudafricano. Pero el régimen de Pretoria dio media vuelta en los años 80 cuando se percató que el apartheid se había convertido en un sistema disfuncional porque chocaba con los requerimientos de libertad de movimiento de la fuerza de trabajo. Para entonces el ANC ya había demostrado con sus movilizaciones y amplia base popular que tendría que ser el interlocutor de la minoría blanca. Nelson Mandela cumplía 27 años en prisión y sería la cabeza para iniciar negociaciones sobre la transición.


El fin del régimen de apartheid y el paso a un sistema de "una persona, un voto" fue sin duda una gran victoria. Permitió el acceso al poder del ANC y de Nelson Mandela a la presidencia en las elecciones de 1994. Pero no cambió la injusta distribución de la tierra, las minas, la industria, el sistema bancario y financiero, así como las telecomunicaciones. Todo quedó en manos de la minoría blanca. A la fecha, el 87 por ciento de la tierra en Sudáfrica está en manos de blancos, mientras que los recursos del subsuelo están bajo el control de empresas trasnacionales.


Los términos de la negociación entre el ANC y la minoría blanca dejaron a la minoría que se había beneficiado de seis décadas de apartheid (y 200 años de colonialismo) en posesión de todos los activos de Sudáfrica. La mayoría negra no tuvo derecho a ningún tipo de indemnización por los estragos del sistema odioso de la discriminación y la segregación racial. Los enormes méritos de Mandela no pueden olvidarse, pero es crucial colocarlos en perspectiva: las nacionalizaciones y las indemnizaciones fueron relegadas a un segundo plano al iniciarse la transición y a la postre fueron abandonadas.


Los años entre 1990 y 1994 son testigo del proceso de negociaciones en el que el ANC y los sindicatos sudafricanos que le acompañaron tuvieron que escoger entre mantener el status quo económico y conformarse con la democracia electoral o buscar un cambio más significativo en las relaciones económicas. Las nacionalizaciones y la indemnización estaban planteadas en la Carta por la Libertad que el ANC había adoptado en 1955. Pero Mandela y sus colegas del ANC decidieron optar por una transición fácil en la que el orden patrimonial se mantuviera inalterado.


Por eso se puede afirmar que el legado de Mandela es no sólo el final del apartheid sin derramamiento de sangre. También lo es la desigualdad, el desempleo y la miseria para una parte creciente de la población en Sudáfrica. La llegada del neoliberalismo ha consolidado el régimen de explotación y para la mayoría de la población las condiciones materiales de vida hoy son peores que las que había con el apartheid. La herencia de la figura entrañable del prisionero de Robben Island es la revolución incompleta.


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