(Dossier)
La cuestión alrededor de cuál debía ser
finalmente el lugar donde Mandela debía ser sepultado, se resolvió en junio,
meses antes del 5 de diciembre de 2013, fecha de su fallecimiento. El asunto
fue determinado por una orden de la corte que indicaba la exhumación y el
internamiento de los cuerpos de los tres hijos que murieron antes que él. De
acuerdo con la tradición y respetando los deseos de Mandela, él debía ser
enterrado junto a sus hijos. Los niños fueron enterrados inicialmente en la
casa rural familiar de Mandela en Qunu. Mandla Mandela, el nieto autoproclamado
heredero de Mandela, los trasladó un día en medio de la noche para
re-enterrarlos en su casa de campo en Mveso. Los huesos de los niños fueron
devueltos a Qunu, donde restan actualmente.
Algunos han sugerido que Mandla sólo
deseaba proteger los huesos de su abuelo de cualquier persona con malas
intenciones, y de los usos que algunos les podrían llegar a dar con fines
mágicos; otros, argumentando de un modo más cínico sobre sus objetivos reales,
han visto las finalidades lucrativas que se esconden en ambos lados de la
familia al convertir la tumba de Mandela en una atracción turística. Mientras
sus descendientes se peleaban sobre el futuro de los huesos de Mandela cuando
este muriera, el propio Mandela yacía en un hospital en un estado de animación
suspendida, probablemente en coma y mantenido en vida de manera artificial.
Ahora que ha fallecido realmente, una sensación de malestar se mantiene al
pensar en dónde y cómo la memoria del 'Tata', el padre de la Patria, descansará y lo que
significará para las generaciones futuras.
La muerte en vida de los últimos meses
de Mandela es un reflejo de un legado que nace ya muerto y que viene precedido
por el colapso de su salud y el posterior vencimiento de su vida a lo largo de
veinte años. La post-presidencia de Mandela vio el surgimiento de una
descomunal caricatura de él mismo que iba más allá de la vida real. Una
caricatura que, de un modo u otro, se las ha apañado para mostrar una imagen
menor y distorsionada tanto a nivel de compromiso revolucionario y político,
como en mostrar una apolítica, a veces comercial, valorización de los fracasos
de una larga transición hacia una democracia que nunca llegaba a ser
liberadora.
Los lectores en los Estados Unidos
estarán familiarizados con el fenómeno de un gran héroe a favor de los derechos
humanos, que lucha contra la segregación racial y el apartheid, que se acaba
convirtiendo en un poderoso símbolo para los portavoces de la derecha en lo que
antropológicamente se conoce como "racismo daltónico". El Día de
Martin Luther King, no solamente no fue marcado como fiesta nacional hasta el
año 2000, sino que se celebra a día de hoy conjuntamente con el Día de los
Héroes Confederados en Texas. Celebrar el Día de Martin Luther King se
convierte así, en una oportunidad anual para los conservadores
entendidos/expertos para cargar contra la discriminación positiva y las medidas
positivas usando "el contenido del carácter" de King en la línea del
discurso de "I Have a Dream", una línea que se ha vuelto
omnipresente.
Menos recordado es el hecho de que King
fue martirizado mientras apoyaba la huelga de los recolectores de basura de
Memphis, sus contundentes afirmaciones al considerar los Estados Unidos como el
"máximo generador de violencia" del mundo actualmente, su ferviente
oposición a la guerra de Vietnam, o de su sueño incumplido para recaudar apoyo
en su "Campaña de la
Gente Pobre". Indudablemente, King hubiera estado en
contra de los usos y abusos que se han hecho de su legado, y si todavía
viviera, estaría llamando la atención sobre los antagonismos continuos y
asimétricos de la vida estadounidense, que van desde la guerra de los drones
hasta las cada vez más radicales y crecientes disparidades en la riqueza,
pasando por la discriminación en las viviendas y por la increíble y masiva
desigualdad en lo que a los ingresos se refiere. En cambio, los malos usos del
legado de King, sirven como distracción y excusa para todo lo que quedó sin
resolverse tras su muerte.
De un modo trágico, podemos afirmar que
Nelson Mandela ha ejercido un rol similar a nivel simbólico en las políticas
Sudafricanas -y del mundo entero- estando todavía vivo, y que quizás, se ha
cultivado una imagen que seguirá funcionando de este modo. Mandela es
universalmente amado en una nación, y en un mundo profundamente segregado por
culpa del racismo. Como en el caso del 'Día Martin Luther King'/'Día de los
Héroes Confederados' en Texas, a Mandela se lo celebra conjuntamente en dos
formas totalmente irreconciliables. Por un lado, para la mayoría de los pobres
racialmente marginados de Sudáfrica, Mandela debe ser recordado como un hombre
que luchó por la libertad, fundando el Umkhonto we Sizwe, el brazo armado del
Congreso Nacional Africano (ANC), y que sacrificó 27 años de su vida cumpliendo
condena en la prisión de Robben Island. Se lo adora por su salida de las
puertas de prisión simbolizando individualmente las posibilidades de liberación
nacionales, y por su único mandato, democráticamente elegido por primera vez,
como primer presidente de una nueva "Rainbow Nation".
Pero por otro lado, para muchos de los
blancos sudafricanos y para la élite mundial en general, Nelson Mandela es un
símbolo vacío de unas todavía más vacías política de armonía racial - y, a fin
de mantener esta construcción del significado de Mandela, los hechos de su vida
son torcidos con frecuencia. Aunque siendo uno de los muchos que se
sacrificaron por una lucha definida por la noción de Ubuntu (humanidad
colectiva), la historia de Mandela se ha contado desde un prisma individualista
principalmente. Su ascenso de niño vaquero en el Transkei a destacada figura a
nivel global, se ha transformado en un cuento con un atractivo más especial
para los oradores que buscan una motivación en busca de la utilidad que para
las generaciones de luchadores por la libertad del futuro. Esto ha sucedido,
sobretodo, porqué así es como Mandela articuló su discurso en su propia
autobiografía 'Long Walk To Freedom', pero la distorsión ha acabado tomando
vida propia. Teniendo a Mandela dentro de la lista de vigilancia de terrorista
elaborada por el gobierno de los Estados Unidos hasta el año 2008, el tema de
la violencia política en la historia de Mandela ha sido tan obviada y olvidada
hasta el punto de que, cuando Mandela murió, el primer ministro israelí
Benjamin Netanyahu habló de Mandela como "un hombre de visión, un luchador
por la libertad que rechaza a todas voces la violencia", ignorando de
manera grandiosa los paralelismos evidentes que existen entre el apartheid
sudafricano y la ocupación de Israel sobre Palestina.
Tanto el papel histórico de Mandela en
la transición de Sudáfrica hacia la democracia, como su propia gestión de su
legado, han allanado el terreno para que se hagan tratamientos vacuos de su
vida. A pesar del vacío que se ha hecho sobre sus tres décadas en prisión, y de
las afirmaciones que se hacen constantemente sobre la grandeza de su carácter
personal, no son ni sus habilidades retóricas, ni su perspicacia política los
elementos por los que ha sido recordado. Si fuera así, el eterno presidente de
Zimbawue Robert Mugabe, que también pasó sus años en prisión como preso
político y cautivó al público internacional a principios de los años ochenta,
sería visto como un icono global y no como el paria internacional que es
considerado en la actualidad.
En cambio, el aspecto importante del
legado de Mandela es el que tiene que ver con su vena de negociador y con el de
ser el símbolo viviente de la Reconciliación. Mandela
es un símbolo de la unidad en un país donde la unidad se mantiene casi
totalmente inexistente. Su muerte cambiará bien poco acerca de este papel
simbólico, excepto tal vez para aumentar las posibilidades de fabricación de un
relato de Mandela que sea cada vez más útil para la élite gobernante. La imagen
canónica del amante de la paz y unificador de la nación que es Mandela, es
representada y recordada dentro de la memoria colectiva gracias al momento en
que Mandela aceptó el premio Nobel de la
Paz de las manos del ejecutivo del apartheid F.W. DeKlerk;
para Hoolywood, en cambio, es el momento en que Mandela se puso un Jersey de
Springbok y se acercó a la mayoría de racistas aficionados blancos del equipo
de rugby de la nación, lo que quedará grabado en sus retinas gracias a la
película Invictus.
La grandeza de estos momentos de
reconciliación sigue siendo cuestionada por un número considerable de los
camaradas de lucha del movimiento anti-apartheid de la generación de Mandela, y
por una gran cantidad de miembros más jóvenes de la Born Free Generation que
quedan excluidos económica y socialmente por su marginalidad. Su crítica ex
mujer, Winnie Mandela, ha visto el momento en que recibió el premio de la Paz como una de las mayores
traiciones. En las representaciones populares de este compromiso histórico, a
menudo no se explicita que la única apuesta de Mandela era el poder social y
económico de un movimiento masivo de gente nacido de las huelgas en Durban en
1973, el auge estudiantil tres años más tarde, y el consecuente ascenso del
Black Consciousness Movement (Movimiento de Conciencia Negra) de Steve Biko.
Como tampoco se ha revelado hasta hace poco que las negociaciones fueron un
asunto oculto y secreto, incluso para los miembros líderes de la ANC y el Umkhonto We Sizwe.
El acuerdo que se negoció en nombre de
muchos otros que sufrieron y se sacrificaron era esencialmente el siguiente: a
cambio de 'una persona, un voto', tanto la riqueza acumulada de los gobernantes
del apartheid de Sudáfrica como la de los inversores globales se mantendría
intacta, al igual que las normas y las condiciones de acumulación futura. No
redistribución, no a la reforma agraria, y en lugar de una revisión general del
sistema capitalista, el gobierno del ANC, en coalición con el Partido Comunista
Sudafricano (SACP) (una organización que ha reclamado a posteriori a Mandela
como Miembro) y el Congreso de Sur Sindicatos africanos (COSATU) trataría de
establecer una "revolución nacional democrática". Todo esto se decidió
antes de que ningún sudafricano pusiera un pie dentro de una cabina de votación
hasta 1994. Bajo los términos de este acuerdo fueron formadas y
fundamentalmente limitadas las batallas posteriores sobre las políticas de
vivienda, salud y economía de los presidentes Thabo Mbeki y Jacob Zuma.
Pero este pacto - y su hegemonía
simbólica- bajo la forma de la ascensión de la imagen de Hollywood de Nelson
Mandela como Morgan Freeman ha encontrado recientemente algunos baches en el
camino. Mientras Mandela desapareció de la vida pública en agosto de 2012, la
policía nacional se embarcó en la matanza premeditada de 34 mineros en huelga
en Marikana. Durante el año en que Mandela estaba mantenido en vida de manera
artificial y los buitres lo rodeaban en busca de las recompensas de sus huesos,
el asesino de Marikana, Cyril Ramaphosa ha completado una trayectoria
ascendente que va desde líder de la lucha de la Unión Nacional de
Mineros (NUM), pasando por miembro directivo de la gigantesca minera Lonmin,
hasta, en la actualidad, la
Vicepresidencia de la ANC. Las consecuencias de la transición negociada
de Mandela se han establecido como una pila de cuerpos desnudos al pie de una
pequeña colina con balas, literalmente, en sus espaldas.
La conmoción de este momento transcendental
en la historia de Sudáfrica sigue siendo poco clara. NUM, la viga de soporte
central de COSATU, en sí la base popular de la alianza del gobierno, ha sido
destituida como representante industrial de los mineros de Sudáfrica, que en
los años transcurridos desde el fin del apartheid han pasado de vivir en los
odiados albergues de los campos de mineros que parecían cárceles, a vivir en
asentamientos informales, peligrosos y degradados alrededor de las minas. Es
probable que el primer partido político con una oportunidad viable de desafiar
el gobierno en tripartito haya aparecido, liderado por el antiguo líder de la Liga Joven de la ANC Julius Malema. Los
luchadores por la libertad económica (EFF) de Malema, gozan de una gran
aceptación juvenil enraizada en la petición de nacionalizar las minas.
El ingenio, humor y destreza política de
Malema recuerdan el carisma del joven "black-and- white-news-reel"
(el telediario en blanco y negro) Mandela, cuya sonrisa y retórica valiente
inspiraron toda una generación. En aquel entonces, jóvenes luchadores por la
libertad apuntaban no solamente por el voto y el final de los vestigios
formales del colonialismo sobre el continente africano, sino que previeron una
nación sudafricana que podría ser "para todo aquél que viviera en
ella", un objetivo conservado en los derechos políticos y económicos
enumerados en la Carta
de Libertad, aunque por desgracia permanece incumplido. La juventud de hoy,
todavía decepcionada, puede conformarse con algo menos en nombre de la
esperanza.
Fiel al viejo dicho acerca de la
tragedia y la farsa, y a pesar de su enunciada lealtad al legado de Thomas
Sankara (parecido a un monje), Malema es quizás el heredero real de las
tensiones del legado de Mandela. En lugar de disfrazar las contradicciones con
un carácter complejo y una heroica evolución personal, las inconsistencias de
Malema son simultáneas y transparentes para que todos las veamos. Su lealtad a
la riqueza personal y su compromiso con los principios fundamentales de la
acumulación capitalista son los accesorios que lleva en su manga mientras
reclama democracia económica. Son accesorios que no parecen ir en detrimento de
- y probablemente realzan - su atractivo populista a la generación joven y
amargada por el exilio económico, que aún aspira a la parafernalia consumista
del 'éxito'. Para ellos, tal vez, tal hipocresía abierta sea un paso adelante
en el 'largo camino' de la libertad en un panorama político en el que el nuevo
no-racismo se parece mucho más al viejo racismo, y donde los símbolos han sido
substituidos por un cambio sustantivo.
KATE DOYLE GRIFFITHS-DINGANI ESTÁ
DOCTORÁNDOSE EN ANTROPOLOGÍA EN EL CUNY GRADUATE CENTER Y ES MIEMBRO DE
LAORGANIZACIÓN SOLIDARITY DE EE UU
Sin lugar a dudas, lo que estoy a punto
de escribir va a hacerme impopular entre algunos lectores, aunque solo sea
porque considerarán que lo que sigue sobre Nelson Mandela es una falta de
respeto. No lo es.
Así que permítanme que empiece por
reconocer el enorme logro de Mandela al ayudar a derrocar el Apartheid
surafricano, y que quede claro mi enorme respeto por los grandes sacrificios
personales que hizo, incluidos los muchos años que perdió encerrado a causa de
la lucha por liberar a su gente. Estas son cosas imposibles de olvidar o de
ignorar cuando se valora la vida de alguien.
Sin embargo, es importante pararse un
momento ante este clamor general por su legado - sobre todo por parte de
personas que nunca han mostrado ni una mínima parte de la integridad del líder
africano- para considerar una lección que la mayoría de los observadores
prefieren ignorar.
Tal vez, la mejor manera para llegar a
dónde quiero ir es aludir a un mock memo escrito en 2001 por Arjan el-Fassed,
de Nelson Mandela al columnista del The New York Times, Thomas Friedman. Es una
maravillosa, humana denuncia de la hipocresía de Friedman, así como una
petición de justicia para los palestinos que Mandela debería haber escrito.
Al cabo de poco tiempo, la memoria se
difundió online, prácticamente arrancado de la fecha de cierre de el-Fassed.
Muchas personas, incluyendo a unos cuantos periodistas profesionales, asumieron
que había sido escrito por Mandela y lo publicaron como si así fuera. Parecía
que querían creer que Mandela había escrito algo tan moralmente perspicaz como
eso sobre otro sistema de Apartheid, uno que era prácticamente igual a aquel
impuesto durante décadas sobre los negros surafricanos.
No obstante, la verdad es que no fue
escrito por Mandela, y sus colaboradores incluso llegaron a amenazar al autor
con tomar acciones legales.
Mandela pasó la mayoría de su vida
adulta tratado como si fuera un "terrorista". Había que pagar un
precio por su largo camino hacia la libertad, y por el final del sistema de
división racial en Suráfrica. Mandela fue rehabilitado como un "venerable
hombre de estado" a cambio de que Suráfrica fuera rápidamente transformada
en un avanzadilla del neoliberalismo, dando prioridad a la clase de apartheid
económico que ahora la mayoría de nosotros, en Occidente, estamos recibiendo en
fuertes dosis.
Desde mi punto de vista, Mandela sufrió
una tragedia doble en sus años tras la cárcel.
En primer lugar, se le reinventó como un
icono de manos limpias, del tipo del que otros líderes pudieran apropiarse para
legitimar sus propias demandas de integridad y superioridad moral, como los
mascarones de proa del "occidente democrático". Así, después de que
finalmente fuese admitido en el "club" occidental, el líder podía ser
regularmente exhibido como prueba de las credenciales democráticas del club y
de su sensibilidad ética.
En segundo lugar, y más trágico si cabe,
el mismo estatus de icono se convirtió en una trampa que le obligaba a actuar
como el "responsable" venerable hombre de estado, cuidadoso con lo
que decía y con las causas con las que se comprometía. Se le obligó a
convertirse en una especie de Lady Di, alguien a quien pudiéramos amar porque
raramente decía nada que amenazase los intereses de la élite corporativa que
dirige el planeta.
Es una señal de que Mandela tuvo que
enfrentarse al hecho de que el hombre que había luchado tan duro y durante
tanto tiempo contra el brutal régimen de apartheid estaba, ahora, absolutamente
derrotado en el momento de llegar al poder en Suráfrica. Eso fue porque él ya
no estaba luchando contra un régimen inmoral, sino contra el orden existente,
un sistema corporativo global de poder al que resultaba imposible enfrentarse
solo.
Es por esa razón, más que simplemente
por llevar la contraria, que saco a colación estos fallos. Es más, no eran los
fallos de Mandela, sino los nuestros; porque -y creo que Mandela se daba
perfecta cuenta- uno no puede liderar una revolución cuando no tiene
seguidores.
Hemos hecho la vista gorda durante
demasiado tiempo al robo y al pillaje en nuestro planeta, así como a la erosión
de nuestros derechos democráticos, prefiriendo abrir los ojos solo ante el
lanzamiento del nuevo iPad o smartphone.
El derroche de pena de nuestros líderes
por la pérdida de Mandela ha ayudado a alimentar nuestra ceguera. Nuestra
voluntad de suspender la ira esta semana, de escuchar con respeto a aquellos
líderes que obligaron a Mandela a pasar de ser un combatiente a un hombre
respetable, nos mantiene dormidos. La próxima semana habrá otra razón para que
no luchemos por nuestros derechos y por los derechos de nuestros nietos a una
vida decente y a un planeta sostenible. Siempre habrá una razón para adorar a
aquellos que no tienen ningún poder real, pero que están ahí para distraernos
de lo que realmente importa.
Nadie, ni tan solo Mandela, puede
cambiar las cosas solo. No hay mesías en camino, pero sí hay muchos falsos
dioses diseñados para mantenernos a raya, divididos y débiles.
JONATHAN COOK ES UN RECONOCIDO Y
PREMIADO PERIODISTA BRITÁNICO QUE VIVE EN NAZARETH, ISRAEL, DESDE EL 2002
La muerte de Nelson Mandela es
aprovechada por decenas de jefes de Estado para exhibirse como líderes y
estadistas. El protocolo diplomático es desplegado en todo su esplendor,
rodeando a mediocres y absurdos personajes de un manto protector que les hace
verse como jefes y dirigentes respetados. La exaltación de la figura de Mandela
como el prócer de la libertad les hace sentir más cerca de una legitimidad que
no tienen. Pero un análisis más objetivo del legado de Mandela permite
comprender por qué el homenaje a Mandela es tan explotado por las clases
gobernantes de todo el mundo.
Mandela en efecto se convirtió en el
símbolo de la lucha en contra del régimen racista de Pretoria durante décadas.
Y lo que pudo lograr el partido del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus
siglas en inglés) debe ser valorado y elogiado. Pero eso no debe impedir el
análisis crítico de los alcances y limitaciones de su lucha.
Cuando se estableció la Unión de Sudáfrica en 1910
la segregación racial no era concebida como estrategia de organización
nacional, pero la minoría blanca era la única que gozaba de todo tipo de
libertades y la población negra estaba impedida de ocupar escaños en el
parlamento. En 1913 una ley impidió a los negros en la mayor parte del
territorio nacional comprar tierras fuera de áreas especialmente designadas
para ellos. Otra ley en 1923 introdujo diversos mecanismos de segregación
racial a nivel domiciliario y representó el antecedente más claro del
apartheid. El régimen de apartheid se estableció formalmente en Sudáfrica en
1948, año en que el Partido Nacional Unificado ganó las elecciones con una
plataforma de políticas de segregación racial. Por supuesto, la segregación se
acompañó siempre de una fuerte discriminación económica y el acceso de la población
negra a ciertas actividades económicas y a la propiedad de la tierra se mantuvo
severamente regulada. La población negra no se mantuvo pasiva frente a la
opresión. El ANC, fundado en 1923, se mantuvo en contacto con las clases
trabajadoras y en su trabajo político la emancipación racial estaba íntimamente
ligada a la liberación económica.
El apartheid se consolidó al finalizar
la segunda guerra mundial y desde entonces fue un sistema de administración de
la mano de obra en el capitalismo sudafricano. Pero el régimen de Pretoria dio
media vuelta en los años 80 cuando se percató que el apartheid se había
convertido en un sistema disfuncional porque chocaba con los requerimientos de
libertad de movimiento de la fuerza de trabajo. Para entonces el ANC ya había
demostrado con sus movilizaciones y amplia base popular que tendría que ser el
interlocutor de la minoría blanca. Nelson Mandela cumplía 27 años en prisión y
sería la cabeza para iniciar negociaciones sobre la transición.
El fin del régimen de apartheid y el
paso a un sistema de "una persona, un voto" fue sin duda una gran
victoria. Permitió el acceso al poder del ANC y de Nelson Mandela a la
presidencia en las elecciones de 1994. Pero no cambió la injusta distribución
de la tierra, las minas, la industria, el sistema bancario y financiero, así
como las telecomunicaciones. Todo quedó en manos de la minoría blanca. A la
fecha, el 87 por ciento de la tierra en Sudáfrica está en manos de blancos,
mientras que los recursos del subsuelo están bajo el control de empresas
trasnacionales.
Los términos de la negociación entre el
ANC y la minoría blanca dejaron a la minoría que se había beneficiado de seis
décadas de apartheid (y 200 años de colonialismo) en posesión de todos los
activos de Sudáfrica. La mayoría negra no tuvo derecho a ningún tipo de
indemnización por los estragos del sistema odioso de la discriminación y la
segregación racial. Los enormes méritos de Mandela no pueden olvidarse, pero es
crucial colocarlos en perspectiva: las nacionalizaciones y las indemnizaciones
fueron relegadas a un segundo plano al iniciarse la transición y a la postre
fueron abandonadas.
Los años entre 1990 y 1994 son testigo
del proceso de negociaciones en el que el ANC y los sindicatos sudafricanos que
le acompañaron tuvieron que escoger entre mantener el status quo económico y
conformarse con la democracia electoral o buscar un cambio más significativo en
las relaciones económicas. Las nacionalizaciones y la indemnización estaban
planteadas en la Carta
por la Libertad
que el ANC había adoptado en 1955. Pero Mandela y sus colegas del ANC
decidieron optar por una transición fácil en la que el orden patrimonial se
mantuviera inalterado.
Por eso se puede afirmar que el legado
de Mandela es no sólo el final del apartheid sin derramamiento de sangre.
También lo es la desigualdad, el desempleo y la miseria para una parte
creciente de la población en Sudáfrica. La llegada del neoliberalismo ha
consolidado el régimen de explotación y para la mayoría de la población las
condiciones materiales de vida hoy son peores que las que había con el
apartheid. La herencia de la figura entrañable del prisionero de Robben Island
es la revolución incompleta.