FEMINISMO/OTRA MIRADA
DE COMO CIERTO FEMINISMO
SE CONVIRTIÓ EN CRIADA DEL CAPITALISMO. Y LA MANERA DE RECTIFICARLO
NANCY FRASER
Como feminista, siempre he
asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo un
mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado a
preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén
sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra
critica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de
desigualdad y explotación.
En un cruel giro del
destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya
terminado enredando en una "amistad peligrosa" con los esfuerzos
neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
Esto podría explicar
porqué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical
del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño
las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora
se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si antes
priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres empresarias. La
perspectiva que antes daba valor a los "cuidados" y a la
interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.
Lo que se esconde detrás
de este giro es un cambio radical en el carácter del capitalismo. El Estado
regulador del capitalismo, de la era de postguerra, tras la II Guerra Mundial, ha
dado paso a una nueva forma de capitalismo "desorganizado",
globalizado y neoliberal. La segunda ola del feminismo emergió como una critica
del primero, pero se ha convertido en la sirvienta del segundo.
Gracias a la
retrospectiva, podemos ver hoy como el movimiento de liberación de las mujeres
apuntó, simultáneamente, dos futuros posibles muy diferentes. En el primer
escenario, se prefiguraba un mundo en el que la emancipación de género iba de
la mano de la democracia participativa y la solidaridad social. En el segundo
se prometía una nueva forma de liberalismo, capaz de garantizar, tanto a las
mujeres como a los hombres, los beneficios de la autonomía individual, mayor
capacidad de elección y promoción personal a través de la meritocracia. La
segunda ola del feminismo fue ambivalente en ese sentido. Compatible con
cualquiera de ambas visiones de la sociedad, fue susceptible de realizar
también dos elaboraciones históricas diferentes.
Tal como yo lo veo, la
ambivalencia del feminismo ha sido resuelta, en los últimos años, en favor del
segundo escenario, el liberal-individualista. Pero no porque fuésemos víctimas
pasivas de la seducción neoliberal. Sino que, por el contrario, nosotras mismas
hemos aportado tres ideas importantes para este desarrollo.
Una de esas contribuciones
fue nuestra crítica del "salario familiar": del ideal de familia, con
el hombre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue central en el
capitalismo con un estado regulador. La crítica feminista de ese ideal sirve
ahora para legitimar el "capitalismo flexible". Después de todo, esta
forma actual de capitalismo se apoya, fuertemente, sobre el trabajo asalariado
de las mujeres. Especialmente sobre el trabajo con salarios mas bajos de los
servicios y las manufacturas, llevados a cabo no solo por las jóvenes solteras,
sino también por las casadas y las mujeres con hijos; no sólo por mujeres discriminadas
racialmente, sino también por las mujeres, prácticamente, de todas las
nacionalidades y etnias.
Con la integración de las mujeres en los
mercados laborales en todo el mundo, el ideal del salario familiar, del
capitalismo con estado regulador, está siendo reemplazado por la norma, más
nueva y más moderna, aparentemente sancionada por el feminismo, de la familia
formada por dos asalariados.
No parece importar que la
realidad subyacente, en el nuevo ideal, sea la rebaja de los niveles
salariales, la reducción de la seguridad en el empleo, el descenso del nivel de
vida, el fuerte aumento del numero de horas de trabajo asalariado por familia,
la exacerbación del doble turno, ahora, a menudo, triple o cuádruple, y el
incremento de la pobreza, cada vez más concentrada en los hogares de familias
encabezadas por mujeres. El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través
de una narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar
la crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación,
utiliza el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la
acumulación capitalista.
El feminismo, además, ha
hecho una segunda contribución a la ética neoliberal. En la era del capitalismo
con estado regulador, criticábamos, con razón, la estrecha visión política que,
intencionalmente, se focalizaba en la desigualdad de clases y que no era capaz
de fijarse en otro tipo de injusticias "no económicas", como la
violencia domestica, las agresiones sexuales y la opresión reproductiva. Rechazando
el "economicismo" y politizando lo "personal", las
feministas ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de status
basadas en las construcciones culturales sobre las diferencias de género. El
resultado debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia,
para que abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha
sido un enfoque sesgado hacia la "identidad de género", a costa de
marginar los problemas del "pan y la mantequilla". Peor aun, el giro
del feminismo hacia las políticas de la identidad encajaba sin fricciones con
el avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria
de la igualdad social. En efecto, enfatizamos la critica del sexismo cultural
precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la
atención hacia la critica de la economía política.
Finalmente, el feminismo
contribuyó con una tercera idea al neoliberalismo: la critica al paternalismo
del estado del bienestar. Indudablemente y de forma progresiva, en la era del
capitalismo con estado regulador esa crítica ha ido convergiendo con la guerra
neoliberal contra el "estado-niñera" y su más reciente y cínico apoyo
a las ONGs. Un ejemplo ilustrativo es el caso de los "micro-créditos",
el programa de pequeños préstamos bancarios para mujeres pobres en el Sur
global. Presentado como un empoderamiento, de abajo hacia arriba,
alternativo al de arriba a abajo, al burocratismo de los proyectos estatales,
los micro-créditos se promocionan como el antídoto feminista contra la pobreza
y el sometimiento de las mujeres. Lo que se pasa por alto, sin embargo, es una
coincidencia inquietante: el micro-crédito ha florecido precisamente cuando los
Estados han abandonado los esfuerzos macro-estructurales para combatir la
pobreza, esfuerzos que no se pueden sustituir con prestamos a pequeña escala.
También en este caso una idea feminista ha sido recuperada por el
neoliberalismo. Una perspectiva dirigida, originalmente, a democratizar el
poder del Estado para empoderar a los ciudadanos, es ahora utilizada
para legitimar la mercantilización y los recortes de la estructura estatal.
En todos estos casos la
ambivalencia del feminismo ha sido resuelta en favor del individualismo (neo)
liberal. Sin embargo, el escenario alternativo de la solidaridad puede que aún
esté vivo. La crisis actual ofrece la posibilidad de volver a tirar de ese hilo
una vez más, de manera que el sueño de la liberación de las mujeres sea de
nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria. Para llegar a ello, las
feministas necesitamos romper esa "amistad peligrosa" con el
neoliberalismo y reclamar nuestras tres "contribuciones" para
nuestros propios fines.
En primer termino, debemos
romper el vinculo espurio entre nuestra crítica al salario familiar y el
capitalismo flexible, militando en favor de una forma de vida que no gire
entorno al trabajo asalariado y valorice las actividades no remuneradas,
incluyendo, pero no solo, los "cuidados". En segundo lugar, debemos
bloquear la conexión entre nuestra crítica al economicismo y las políticas
de la identidad, integrando la lucha por transformar el status quo dominante
que prioriza los valores culturales de la masculinidad, con la batalla por la
justicia económica. Finalmente, debemos cortar el falso vínculo entre nuestra
crítica de la burocracia y el fundamentalismo del libre-mercado, reivindicando
la democracia participativa, como una forma de fortalecer a los poderes
públicos, necesarios para limitar al capital, en nombre de la justicia.
NANCY FRASER ES UNA
ACADÉMICA FEMINISTA ESTADOUNIDENSE, PROFESORA DE CIENCIA POLÍTICA EN EL NEW
SCHOOL UNIVERSITY DE NUEVA YORK.